Quejarse puede parecer útil o necesario. Sin embargo, no solo no lo es, sino que además puede ser danino. Así lo solicitó para un estudio en la Universidad de Stanford que señala que el hábito de quejarse, o incluso estar expuesto a un ambiente o entorno «quejoso», puede afectar al hipocampo, una zona del cerebro que tiene un rol básico en los procesos de memoria y aprendiendo.
«el caballo de mar además ayuda a inhibir la producción de cortisol, la hormona del estrés”, explica Delfina Ailán, miembro del departamento de Psicoterapia Cognitiva de INECO, para dar cuenta de la forma en que la queja puede afectar al cerebro.
Por qué nos quejamos
Ailán señala quejarse puede llegar a tornarse un habito. Teniendo en cuenta que el estudio en cuestión se refiere al impacto que 30 minutos de quejas (propias o ajenas) puede tener en el cerebro, la repetición de esta práctica es lo que puede tornarla perjudicial.
Los investigadores del citado estudio se basan en imágenes de resonancia magnética para confirmar que existen vínculos entre experiencias de vida estresantes y la exposición a largo plazo a las hormonas producidas colgante el estrés, y el encogimiento del hipocampo.
Por todo esto, es importante saber que escuchamos las causas para que esa persona sea una persona que quiere ser «quejosa». «So well todos nos quejamos de vez en cuando, hay personas que tienen tendencia del ayuntamiento a hacerlo, ¿y esto por qué?», se pregunta la psicóloga, especializada en estrés.
«Cuando hablamos de la queja es posible pensar en algunos sinónimos, como por ejemplo resentimiento o disgusto, y esto nos da la pauta de que la queja se asocia con el enojo. Hay algo de la situación que nuestra molesta. Entonces es posible que en nuestro procesamiento cognitivo se active una serie de sesgos o de distorsiones», explícito.
Sesgos cognitivos que llevan a la queja
A la hora de explicar qué se tratan estos sesgos, afirma que pueden conceptualizarse como «filtros que utilizamos automáticamente a la hora de para procesar información, a la hora de entender dónde está sucediendo nuestro. Esto nos hace ver la realidad de forma sesgada».
Y brinda ejemplos concretos de estos sesgos:
- Enfoque negativo selectivo: “Es decir, elegir los detalles negativos en una situación, y quedarse con ellos exclusivamente, filtrando todos los detalles positivos e incluso los neutros y llegando a la conclusión de que toda la situación es negativa”, precisa. «Imagínate una persona que corrige un examen en el que se equivocó en 5 preguntas sobre 100, y se enfoca en eso no en las 95 que respondió bien y se quejó de la nota que obtuvo, del profesor o de cómo corregir», gráfico.
- Dichos «deberías». Aquí operan aquellas creencias acerca de cómo deberían ser las cosas, cómo deberían comportarse los demás o incluso uno mismo. “Por ejemplo tenés un turno médico y te hace esperar, pero como vos crees que todo el mundo debería ser siempre muy puntual, entonces te enojás, pensás que es un desconsiderado y te quejás de la situación”, postula.
- Etiqueta: «Ponerle una etiqueta a una persona y empezar a tratarla como si eso fuera cierto», ejemplifica.
- Fachada de justicia: Implica creer que la vida debe ser siempre justa y por lo tanto uno se enoja cuando ocurre la más mínima injusticia. ¿Un caso? Cuando se promociona a un compañero de trabajo para un proyecto en el que tu realizaste la mayor parte, entonces podés enojarte y pensar que vos deberías haber sido reconocido.
- Panel de control: Create que uno debería poder controlar todas las cosas que pasan.
- Culpa: «hacer responsable a los demás por nuestras penas, por todo lo que nos ocurre».
El impacto de la cola en el cerebro.
En este sentido, Ailán advierte respecto del impacto de nuestros propios pensamientos, que pueden juzgar contraactuando como factores estresantes que desencadenan toda una respuesta a nivel fisiológico.
“Desde la psicología cognitiva sabemos que nuestros pensamientos influyen en nuestras emociones y conductas, y en este sentido el modo en el que pensamos puede llevarnos a experimentar sensaciones positivas, neutras, o por el contrario sentirse mal”, profundizando.
Y continúa: «Esto último implica que los pensamientos pueden actuar como estresores, activando la famosa respuesta de lucha o huida en la liberación de cortisol, que es la hormona del estrés. El cortisol demuestra energía al cuerpo para poder lidiar adecuadamente con la situación que la persona percibe como peligrosa o como estresante”.
«Una vez que cumple su función, el cortisol reingresa al cerebro y se une a determinados receptores cerebrales para poder frenar esa respuesta de estrés. Algunos de estos receptores se localizan en el hipocampo que, entre otras funciones, ayuda a inhibir la respuesta de estrés”, añade.
Y detalla cómo es que esto puede tener un impacto en determinadas funciones del cerebro: «Cuando los receptores no funcionan adecuadamente, lo que sucede es que el cerebro sigue produciendo y liberando hormonas del estrés y esto puede impactar en el aprendizaje y la memoria«.
En concreto, todo esto puede tener como consecuencia, por ejemplo, mayores dificultades a la hora de recordar cosas. «Quizás personas jóvenes con estrés crónico pueden acudir a la consulta del neurólogo quejándose por fallas de memoria y con ánimo de la enfermedad de Alzheimer», señala.
Hacia una «queja productiva»: del problema a la solución
Ahora bien, todos conocemos personas quejosas, a tal punto de llegar a pensar si no hemos naturalizado a nivel local un estilo de vida y un entorno que nuestro conduce casi imperceptiblemente a la queja.
De hecho, podría pensarse incluso quejarse tiene en sí mismo un rol, el de descargar cierta tensión que la persona siente. ¿Esto así?
«Podemos pensar que la queja es asociada al malestar y en ocasiones al enojo, que tiene en sí mismo una función adaptativaya que nos señala que hay algo de la situación que no se adapta a lo que nosotros deseamos, o que hay alguna injusticia que se está llevando a cabo”, apunta Ailán.
«Entonces, en ese sentido, uno puede cambiar el foco de la atención al problema a la solución”, postula.
Y sugiere pasar a «quejarnos efectivamente», preguntándonos «¿como puedo hacer para resolver este problema que me está molestando”.
«Lo central es encontrar alguna forma de resolver ese problema sin quedarse en el bucle enojo», recomendado.
¿Todos podemos tener una perspectiva positiva?
Teniendo todo esto en cuenta, ¿en qué sentido podemos mejorar nuestra forma de procesar la información? Si la persona quejosa hace foco en lo negativo, ¿puede trabajarse, adquirente, un punto de vista positivo?
«Una persona optimista no es una persona a la que no le ocurren cosas malas, o que no hay cosas que la enojen, pero puede más rápidamente identificarlas y resolver el problema. También se sabe que las personas optimistas practican más frecuentemente la gratitud», señala.
Precisamente el impacto positivo de las personas qu’agradecen fue abordado en otro estudio, de la Universidad de California. Allí se da cuenta del mayor nivel de bienestar psicológico en personas que tienen una «actitud agradecida».
En este sentido, Ailán explicó que las personas optimistas o con perspectiva positiva son aquellas que pueden identificar aquellas cosas en su vida que les brindan bienestar.
«Ese es también un rasgo positivo de personalidad, qu’est puede work en psicoterapia ou hacer un trabajo personal de inspección/ indagar pertinentes son estos pensamientos y cómo lo hacen sens», destaca el profesional.
Si lo que se quiere es ya en la queja, la psicóloga indica que «el factor más importante es la motivación de la persona para cambiar, es así como la base es para incidir en gran parte de los cambios».
«No esperamos que cambie la personalidad, no buscamos esos cambios radicales, pero sí los cambios suficientes que le permiten a la persona sentirse mejor».
Como dijo la psicóloga, lo primero es identificar la tendencia a la queja. «Es el primer paso, poder reconocer que tendemos a quejarnosy advertir qué impacto tiene a nivel de las emociones», asevera. Y luego, indagar en la presencia de algunos de los sesgos cognitivos mencionado, cierra.
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