SELECCIÓN OFICIAL – CONCURSO
Revelado en Francia hace treinta años con lo que sigue siendo hasta el día de hoy sus dos películas más bellas: los fantasmas. Maborosi (1995) y despues de la vida (1998) –, el japonés Hirokazu Kore-eda inicia entonces un doble movimiento que inclina su trabajo hacia el realismo melodramático al mismo tiempo que se convierte en un tema de elección de Cannes que le otorga regularmente, desde la década de 2000, un lugar predilecto en el competición local, de la que acabó ganando la Palma de Oro en 2018 con un asunto de familia.
Crónicas íntimas de la familia japonesa, predilección por los personajes de niños y adolescentes solitarios, crítica latente a la rigidez de la sociedad japonesa, constituyendo en adelante figuras que señalan el norte de su obra, producida bajo el sello de una delicadeza y un distanciamiento que a veces bordean en una insipidez perfectamente concertada.
Después de dos viajes al exterior para ventilar un poco las turbinas – La verdad (2019) en Francia, las buenas estrellas (2022) en Corea: el regreso de Kore-eda a la patria se lleva a cabo bajo auspicios similares. Su joven héroe, Minato, es un adolescente bastante extraño, arrepentido por la redundancia, huérfano de padre, atravesado por oscuros pensamientos, sujeto a preocupantes vicisitudes en la escuela, que inquieta a su madre, que no ayuda en el cuadro sacrificando su vida por su bienestar
Por lo tanto, es desde el principio a esta doble carga del niño, la de la rigidez de la sociedad japonesa y la de la sobreprotección de esta joven viuda, que estamos tentados a relacionar estos males. No nos equivocaremos, salvo que el director borda alrededor de esta línea central una puesta en escena que oscurece el motivo, y que lo hace acertar, como en Rashomon (Akira Kurosawa, 1950), una serie de historias que se contradicen y se enriquecen antes de ofrecer una imagen más perdurable de la realidad que nos revela la película.
consuelo juguetón
Este cubismo narrativo revela así por entrelazamientos sucesivos –ya partir de la sospecha de violencia que afecta a uno de los profesores de Minato– el punto de vista de la madre, el del profesor y el del propio niño. El primero estigmatiza la jerga del cuerpo docente en su conjunto y la gran violencia que encubre, para la madre, la falsa contrición de la institución que es sólo otra forma de formular el fin del no receptor.
El segundo cambia esta impresión al revelar un ordenamiento de los acontecimientos que renueva su significado. La tercera, finalmente, saca a la luz mediante la evocación de una amistad electiva entre Minoto y uno de sus compañeros, un niño golpeado por un padre alcohólico, una verdad largamente esperada, y de la que comprendemos mejor por qué tuvo que permanecer en secreto.
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