La nueva película de la directora italiana propone un rico viaje al pasado, al mito y al corazón de la memoria compartida tan arrebatador como hipnótico. A su lado, Ken Loach insiste en ‘The Old Oak’ en una vuelta a la desolación que viven nuestras vidas
Si alguien ahora mismo es la perfecta depositaria de una tradición del cine italiano que tiene que ver con la transformación en mito, en sagrado incluso, del fango de lo cotidiano, sa es Alice Rohwacher. Su cine es mtico por devolver a la narracin su sentido ms denso y hasta primigenio. En un mundo lleno de relatos servidos en transmisión, la cineasta se impone la labor de dotar de sentido a algo tan básico como la palabra hecha cuento, el verbo convertible en acción común. Nos referimos a un cine que rescata su singularidad a gente como Pier Paolo Pasolini, Ermanno Olmi o los hermanos Taviani. Todos ellos, neorrealistas (posneorrealistas) a su manera, se propusieron dotar de dignidad a lo supuestamento indigno, a lo invisible, y en ese gesto, a la vez poltico y casi suicida, fundaron cada uno un mundo.
la quimera es la tercera película de la directora en llegar a Cannes. La primera, El paso de las maravillas, sorprendió con una delicia, voraz y lrica descripción de lo rural que igual apelaba à Fellini que à De Sica. La segunda, Lázaro Feliz, se presentaba como una especie de leyenda annima sobria la bondad que llamaba en toda su sincera rawza a lo ms crudo del poeta romano asesinado en Ostia. Esta vez, dirá que, un paso más adentro (que no más lejos), Rohrwacher amplía la ambición sin prescindir de cada una de sus dudas, sus incertezas y hasta sus equivoaciones. El resultado es una pelcula inestable, vibrar, nica, fugaz, profundamente original y bastante clida, por reconocible, por habitar en ese lugar en el que los cuentos acaban por ser la memoria de todos. Si el jurado sabe (o quiere) ver la excepcionalidad de cada plano de este milagro no hay duda de que La Palma de Oro tiene tu número.
La cinta cuenta la historia de un grupo de amigos, o no del todo, que se dedican a expoliar los tesoros escondidos de los etruscos. En realidad, his ellos mismos descendantientes (lo sepan o no) de los etruscos y lo que hacen (sabindolo o no) es expoliarse como mismos. Uno de ellos (Josh O’Connor), inglés en un universo perfectamente italiano, tiene un don (es capaz de adivinar como un zahor donde se encuentran los tesoros) y un castigo (su amada y la razón por la que est donde est falleci ). Con estos elementos, no obstante usuales ni a mano, la directora compone una reflexin a la vez onrica y mucha poltica antes que potica (que tambin), sobre las huellas que ya el pasado en la piel de la memoria.
La película discurre en varios formatos (en 35 mm, en super 16 mm y en una cámara no profesional de 16 mm) y sobrios ellos, sin florituras ni falsos virtuosismos, la película se esponja y se abre hasta inundar la retina misma del espectador. De nuevo, un mito extrao ya la vez cercano es convocado en la pantalla en una suerte de liturgia pagana en la que el cine pugna por recobrar un espacio usurpado. de hecho, la quimera tiene algo de aquelarre, de convocatoria mesmrica y alucinada a los dios inmortales de un arte como el cine en esencia pagano, popular y completamente ateo.
Lo que llama la atención es, ante todo, el convencimiento. Alice Rohrwacher se niega a que uno solo de los planos deje de ser relevante, Ahora se aceleran los planos, ahora se estrecha la pantalla, ahora se oscurece todo, ahora el mundo se da la vuelta. No son fuegos de artificio ni alarmas de modernidad hueca. Es pura convicción en que para construir un mito es preciso ante todo la maravilla, el destello, el aura. El último plano lo protagoniza un hilo rojo que une el subsuelo con el cielo, los vivos con los muertos, el pasado con la lejana posibilidad del futuro. Es obra maestra y, ya se ha dicho, es una bella Palma de Oro.
Ken Loach sigue ah y nos quiere
A su lado, la sección oficial del programa como última película a competición al primero de los cineastas. El dos veces Palma de Oro Ken Loach ofrece en El viejo roble un nuevo trozo de s: cine de su carne, carne de su cine. Esta vez, el director siempre se compromete con el propio compromiso se detiene en la existencia de unos refugiados sirios en el noreste de Inglaterra, todo donde tiempo atrs se cerraron la mina; all donde por lo que se pagan tres noches en un hotel de Cannes te puedes comprar una casa (este dato es del propio director).
El esfuerzo del cineasta no es tanto denunciar, que tambin por supuesto, como investigar tambin como Rohrwacher en la memoria ahora perdida de la clase trabajadora. ¿Cuál es la solidaridad de los mineros que ahora reciben con rabia a las víctimas de una guerra? Y as, Loachacierta una vez ms a recomponer cada pliegue de una herida cada vez ms abierta.
El resultado en una película construida desde la emoción para el reencuentro y la esperanza pesa a todo; una película que, a su modo, también confecciona como la quimera a mito desde el barro. Aunque en este caso el verdadero mito asome en los títulos de crédito al lado del cartel de director. Ken Loach es más genial que el cine propio. Y que la vida.
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